En el cumpleaños de mi madre. Olga Marta Mena Vincenti, nació en San José, la capital de Costa Rica un 3 de agosto. Mi madre nació vivaz, rebelde y con una enorme energía. Es una mujer muy inteligente, solidaria y, sobre todo, valiente. Siempre transgresora, tiene el don maravilloso de decir las cosas de frente y sin tapujos, con una elegancia y educación única para hacerlo
Su increíble capacidad de expresar lo que piensa, es un verdadero don. Sabe decir esas verdades que la gente no quiere escuchar. Es directa, certera y firme para enfrentar machirulos y señoras arrogantes. Es valientA a la hora de defender sus derechos en lo individual y en lo colectivo.
Olguis, es una mezcla clara de la herencia corsa, la de mi abuela Ángela y la indígena de mi abuelo, José Luis. Este último muchas veces escondido, porque en la familia ampliada decir que nuestro abuelo fue indígena no es blancamente bien visto. Pero mi madre, orgullosa de su mezcla, orgullosa de sus genes, de los cuales nos heredó la mitad a mi y a mis hermanas. Orgullosa de su familia trabajadora de mujeres que cocinaban para los ricos y zurcían medias a las señoras de alcurnia. Esa mezcla de orgullo, alegría y digna rebeldía.
Mi madre me enseña de valentía y coherencia, no solo en libros, sino con su propia vida. Olguis es de esas personas imprescindibles.
San Ramón, el pueblo entre montañas donde decidió vivir con mi padre, es un pueblo con muy conservador, clasista, incluso hay quienes creen que es “la capital del mundo”. Allí, lo rancio, el amiguismo y la religiosidad más hipócrita ganan batallas. Es un lugar de gente de rancio abolengo, donde señoras muy señoras de todas las edades y señoros muy señoros con su Biblia bajo el brazo señalan a quienes son diferentes, a quienes deciden hablar en alto y con voz propia. Enfrente de ellos, gente que alza la voz, y resguardan la memoria en un legado histórico de lucha social, disidencia y resistencia.
El martes 26 de julio recién pasado, mi madre participó en una manifestación en el Concejo Municipal de San Ramón. Allí, personas buenas, valientes y comprometidas, porque sí, también hay mucha gente valiente en ese pueblo, se dieron cita para protestar y exigir explicaciones por la visita que hizo la alcaldesa Gabriela Jiménez Corrales al Estado de Israel.
La alcaldesa, que se dice cristiana y que llegó al cargo con el apoyo de un amplio sector del evangelismo, aceptó una invitación del Estado de Israel para “conocer sobre seguridad” y otras maravillas violentas. Todo, mientras ese mismo Estado comete un genocidio: impide el ingreso de ayuda humanitaria, mata de hambre y de balas a niños, destruye hospitales y lanza bombas sobre una población atrapada. El discurso hipócrita de un estado genocida que busca consolidar su apoyo alrededor del mundo.
Hipócritamente, la alcaldesa —la misma que puso una enorme escultura de la Virgen María con el niño en brazos en medio del parque del pueblo— se mostró sonriente en las imágenes de su visita a Israel, mientras en Gaza madres cargan en brazos a sus hijos moribundos, niños desnutridos, asesinados de hambre y balas.
La alcaldesa, que aplaude al señor que grita los miércoles por la tele, sí que , el presidente Rodrigo Chaves dice con sorna que firmará si le da la gana el tratado de libre comercio entre Israel y Costa Rica. Todo con ese cinismo que ya parece costumbre .
Ese martes, mi madre se acercó al Concejo junto con muchas otras personas. La alcaldesa estaba de vacaciones. Los miembros del Concejo intentaban desalojar a activistas, estudiantes, artistas, vecinos y vecinas. Llamaron a seguridad. “Palestina no es un tema que interese”, decían algunos concejales.
Mi madre, sentada junto a mi padre en primera fila del salón de sesiones del ayuntamiento, con su kufiyya bien puesta. Mi madre, con su cartel en mano, sí porque ella siempre hace carteles y sale con ellos a la calle a protestar, se enfrentó a un policía. Un hombre, de esos de arrogancia viril que, con sendo revolver a la cintura decía:"- soy de la policía canina” e intentaba amedrentar a quienes alzaban la voz contra el genocidio en Gaza, exigiendo cuentas políticas a la alcaldesa por la visita oficial que hizo a Israel y al concejo municipal por autorizarla.
Mientras las autoridades municipales decían que era por aforo y contaban a los asistentes, la seguridad daba pase a varios empresarios israelíes, quienes prepotentes, sin hablar español, blandían banderas azules y blancas, el objetivo era claro: expulsar a quienes se manifestaban a favor de la paz en Palestina.
A toda costa la dirección municipal deseaba que las personas salieran del recinto donde sesiona el concejo. El policía se acercó. Mi madre, firme,énfática, lo miró a los ojos y le dijo alto y claro:
“Aquí no somos animales. No venga usted a tratarnos, ni a contarnos como si lo fuésemos, y mucho menos por ser de la policía canina, porque usted nos violenta.”
Las risas de los concejales, los funcionarios, la burla, el matonismo del policía
Mi madre, 84 años. Olé, con sus dos ovarios.
Vivan esas canas rebeldes, hermosas y dignas.
Mi madre valiente.
Mi madre lúcida.
Mi madre guapa.
Feliz cumpleaños y mucha vida.
Y que viva toda la gente valiente: esa que no calla, que habla de frente, sin miedo, que se organiza, lucha y defiende causas justas.
Esa gente que, en los pueblos, alza la bandera palestina con dignidad y fuerza y grita:
“¡Palestina libre!”
“¡Alto al genocidio!”
Gracias, madre, por la vida.
Ana-Marcela Montanaro
Madrid 3 de agosto y verano 2025