martes, 8 de marzo de 2016

Calladita estás más guapa



Cuando las mujeres nos atrevemos a hablar con más palabras de las que nos han enseñado, con palabras que rompen la estabilidad del sistema; cuando cuestionamos, nos enojamos y alzamos la voz o decimos sencillamente lo que pensamos; nos salen con la célebre frase patriarcal: "calladita estás  más guapa". Ese es uno de los momentos donde nos señalan, nos tratan de romper a pedazos y hasta la sociedad se da el lujo de desvestirnos en media calle para tratar de dejarnos en harapos.

Muchas de nosotras hemos sido calladas, sancionadas y señaladas por el dedo acusador. Y es que cuando una mujer se asume como tal y se percata de la sociedad patriarcal en la que vive, cuando decide no jugar más al juego impuesto por los siglos de los siglos amén; en ese momento, el asunto se torna difícil y hasta doloroso.

A veces es más difícil vivir la vida cuestionándose, nadando contra corriente y sabiéndose estigmatizada; ya saben cómo nos tratan de encasillar: o somos putas, locas, monjas, lesbianas o madres-esposas y demás etiquetas; todas en relación con nuestros pensamientos, pero sobre todo con nuestra sexualidad y la forma en que la ejercemos.

Las mujeres resistimos a este sistema capitalista patriarcal clasista, colonial y racista.  Un sistema que nos reduce a mercancías, mano de obra barata y a ser las más pobres entre los pobres. Y donde las mujeres, en todas nuestras diversidades y en todos los territorios, los físicos y los simbólicos, nos enfrentamos a múltiples  violencias,  violencias que nos destruyen y  nos matan. Cuerpos que mutilan, marcan y asesinan.

A las mujeres que nos atrevemos  a hablar sin miedo, a romper estereotipos, a reclamar nuestros derechos y nuestra libertad y decidimos no hacerle caso a las etiquetas, la existencia  se nos vuelve más difícil en comparación con la vida de aquellas que nunca cuestionaron o, si cuestionaron, nunca se atrevieron a dar el salto.

La decisión que muchas tomamos  a lo mejor no ha sido fácil, porque la lucidez a menudo es dolorosa. A lo mejor, a veces queremos cerrar nuestras ventanas y puertas;  sobre todo cuando confrontamos a la soledad. Pero a pesar de eso seguimos nuestro camino, lleno de recovecos, sobresaltos y contradicciones.

Ninguna mujer, ninguna persona, debe renunciar a sus sueños, para vivir la vida de otros, para cumplir roles o mandatos impuestos. Ni para cuidar a otras personas, ni para estar metida en una cocina, lavando ropa, limpiando pisos y excusados o actividades que no les gusta hacer.  Porque las mujeres no somos un cuerpo erótico para otros, ni cuerpos esclavizados para la maternidad y la reproducción de la especie.

Ni las que nos antecedieron merecieron esa vida, ni las que vienen detrás de nosotras la merecen, por eso las luchas por las reivindicaciones de los derechos que nos han sido arrebatados durante milenios merecen ser continuadas y profundizadas.

El 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, conmemoramos, las luchas, las grandes como las que dieron  Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Sor Juana Inés de la Cruz y las sufragistas.  A las mujeres que han luchado por mundos mejores, en especial a Berta Cáceres, la feminista defensora de los derechos humanos asesinada hace apenas unos días en Honduras, a quien su lucha, coherencia y valentía; le costaron su vida.

De mi parte conmemoro también aquellas luchas, las pequeñas, las individuales, las que se realizan desde el anonimato, y a las mujeres que en lo cotidiano luchan y resisten y hacen rupturas día con día. A nuestras abuelas, madres, amigas y hermanas.

Hoy más que nunca, las mujeres debemos alzar la voz, para participar en la toma de los espacios y ser partícipes de la construcción de nuevos mundos, nuevos entornos, solidarios, amorosos y justos. Levantemos nuestra voz y exijamos: Basta de violencias, basta de patriarcado.

Entonces me pregunto: ¿Calladita más guapa? ¿Calladitas más guapas?

Que va, las mujeres resistimos, luchamos y hoy más que nunca nuestras voces diversas deben gritar muy alto, asumirnos completas, insumisas e irreverentes. Porque la lucidez feminista  nos ha costado.

Ana Marcela Montanaro.