Hay mujeres que
una admira, mujeres que marcan la vida individual, mujeres que desde que una
tiene memoria han luchado por erradicar la desigualdad, la discriminación y la
injusticia. Mujeres transgresoras, irreverentes e insumisas que han realizado rupturas y que te enseñan
más allá de teorías y dogmas.
Algunas de ellas
una agradece tenerlas cerca. Hay una mujer que desde que yo era una niña, me
enseñó a no tener miedo al qué dirán, a decir en voz alta lo que se piensa, a
soñar, luchar y trabajar por mundos mejores, más justos y alegres. Pero sobre
todo, me enseñó a no tener miedo al dedo acusador de nadie. Que me educó con su
ejemplo sobre la irreverencia, la libertad y la lucidez. Una mujer valiente,
que a veces en soledad, ha luchado y sigue luchando por lo que ella considera
justo.
Esta mujer no
siempre ha sido aceptada por algunas personas del pequeño pueblo cercado por montañas del Valle Central de Costa Rica, San Ramón,
ese en el cual ella, junto al valiente Óscar, decidió instalarse hace ya muchos años. Un pueblito en
donde lo blanquito poeta y por
localismos misóginos y clasistas, rechaza que una mujer les diga sin ambages lo
que piensa y que sin ningún tipo de reparo los ponga en su lugar, al hablarles
de manera clara mirándoles al rostro. No pocas veces, un sector encopetado de
la sociedad conservadora, le ha sacado al sol que su ombligo no haya quedado en
ese pueblo rodeado de montañas, conservador, limitante, clasista, pero sobre
todo aburrido.
A esa mujer, la
recuerdo en la Biblioteca del Liceo Julián Volio, metida entre los libros,
ayudando y abogando para que se les enseñara a los y las estudiantes los
derechos laborales. Tengo su imagen y sus palabras guardadas de la época en
luchó para que no cerraran la Biblioteca a los y las estudiantes del colegio
nocturno, el Liceo que recibía a estudiantes que por la mañana eran obreras,
maquiladoras, trabajadoras del hogar y agricultores; lo cual parecía remover el
status quo y petulancia de quienes la descalificaban.
Su imagen en las
marchas y manifestaciones, que se realizaron en Costa Rica en contra del Tratado de Libre Comercio
–USA (TLC), me acompaña siempre. Ahí estaba con sus pancartas siempre
particulares, mientras que personas de la "alta alcurnia y petulancia racista patriarcal costarricense moncheña" le gritaban: "Vaya a cocinar,
vieja vaga". Ella nunca les bajó los ojos, seguía sosteniendo
orgullosa sus pancartas y convenciendo a quien se le pusiera en frente que ese
TLC era inmoral, injusto, inhumano y una afrenta a la dignidad humana y a la
soberanía de Costa Rica.
Fue
regidora/concejal municipal de San Ramón (2006-2010), mientras lo fue sus
compañeras de bancada traicionaron los principios del Partido Acción Ciudadana
(PAC) y fue dejada por la estructura partidaria roji-amarilla, sin el
acompañamiento partidario, convirtiéndose en una voz solitaria. Por supuesto
no la lograron silenciar. Fuerte, lúcida y valiente alzó su voz en contra de la
corrupción, el clientelismo político y el mal manejo de los fondos municipales,
luchó por que las comunidades fueran respetadas y escuchadas, para que las
mujeres fueran tomadas en cuenta y sobre todo, por hacer decente la política.
La he visto salir
a la calle con la tapa de su perol, sea a festejar los goles de la selección de
fútbol, a denunciar la corrupción o a exigir sus derechos como mujer. Ahí está,
a sus setenta y cinco años, enfrentándose al poder, siempre con esperanza y
llena de valor.
Sin titubear, se ha
enfrentado a quienes se arrogan el poder, ha enfrentado desde curas, pasando por diputados,
el alcalde, académicos, empresarios, jueces, choferes de autobús, acosadores, agresores, funcionarios de todo tipo y
rango, sobre todo a los del Patronato Nacional de la Infancia quienes violentan
los derechos humanos de tantas olgas. En fin a
cualquier machirulo, señoro, de esos que violentan, sobran y cansan. También lo hace
con mujeres que reproducen conductas rancias y tontas.
Solidaria con las
personas que tienen hambre, inmigrantes, mujeres violentadas, seres humanos que
están sin trabajo, personas que son explotadas y excluidas de este sistema.
Ella que no tiene reparo en compartir su pan, su vestido y las energías. Nunca
lo ha hecho por “caridad cristiana” sino por solidaridad y coherencia.
Vaya sabiduría conjugada con inteligente transgresión. Vaya forma de argumentar y expresarse. Cariñosa a su manera, con un carácter que ya yo me deseara. Con su forma particular de lucir, con sus collares coloridos, blusas bordadas y sus ponchos para taparse del frío. Orgullosa de su mezcla indígena, francesa, corsa y "chacona". Una mujer que no ha olvidado nunca de donde viene ni hacia donde hay que caminar.
Hoy 8 de marzo día
internacional de la mujer le agradezco y muestro mi admiración a Olga Marta
Mena Vincenti. Gracias por el ejemplo, la fuerza y lucidez. Gracias por el amor
y la ternura desde la solidaridad y sororidad. Gracias por compartirme la mitad
de los genes que poseo.
No hay que buscar
en los anales de la historia, en la academia feminista o en el ámbito público a las
llamadas grandes mujeres. En la cotidianidad y cercanía nos acompañan mujeres más
que enormes, que nos enseñan de valor, transgresiones y rupturas. Mujeres que desde los ejemplos
sencillos y necesarios nos dan fuerza y entereza para sumar nuestras energías para construir un mundo mejor, un mundo feminista.
Se que hoy también
gritará y saldrá a la calle con la tapa de su perol: ¡Basta de patriarcado, capitalista, racista y
colonial!
Mucha fuerza, aguerrida, hermosa e insumisa mujer.
Mucha fuerza, aguerrida, hermosa e insumisa mujer.
Fotografía realiazada por Mario Rojas, en la toma
de la autopista en la protesta contra la privatización-conseción carreta San
José-San Ramón. (Costa Rica, 2013)
Ana Marcela Montanaro Mena.