miércoles, 8 de marzo de 2017

Olga Marta y la tapa de su perol



 

Hay mujeres que una admira, mujeres que marcan la vida individual, mujeres que desde que una tiene memoria han luchado por erradicar la desigualdad, la discriminación y la injusticia. Mujeres transgresoras, irreverentes e insumisas que han realizado rupturas y que te enseñan más allá de teorías y dogmas.

Algunas de ellas una agradece tenerlas cerca. Hay una mujer que desde que yo era una niña, me enseñó a no tener miedo al qué dirán, a decir en voz alta lo que se piensa, a soñar, luchar y trabajar por mundos mejores, más justos y alegres. Pero sobre todo, me enseñó a no tener miedo al dedo acusador de nadie. Que me educó con su ejemplo sobre la irreverencia, la libertad y la lucidez. Una mujer valiente, que a veces en soledad, ha luchado y sigue luchando por lo que ella considera justo. 

Esta mujer no siempre ha sido aceptada por algunas personas del pequeño pueblo cercado por montañas del Valle Central de Costa Rica,  San Ramón, ese en el cual ella, junto al valiente Óscar, decidió instalarse hace ya muchos años. Un pueblito en donde lo blanquito poeta y  por localismos misóginos y clasistas, rechaza que una mujer les diga sin ambages lo que piensa y que sin ningún tipo de reparo los ponga en su lugar, al hablarles de manera clara mirándoles al rostro. No pocas veces, un sector encopetado de la sociedad conservadora, le ha sacado al sol que su ombligo no haya quedado en ese pueblo rodeado de montañas, conservador, limitante, clasista, pero sobre todo aburrido.

A esa mujer, la recuerdo en la Biblioteca del Liceo Julián Volio, metida entre los libros, ayudando y abogando para que se les enseñara a los y las estudiantes los derechos laborales. Tengo su imagen y sus palabras guardadas de la época en luchó para que no cerraran la Biblioteca a los y las estudiantes del colegio nocturno, el Liceo que recibía a estudiantes que por la mañana eran obreras, maquiladoras, trabajadoras del hogar y agricultores; lo cual parecía remover el status quo y petulancia de quienes la descalificaban.
Su imagen en las marchas y manifestaciones, que se realizaron en Costa Rica en contra del Tratado de Libre Comercio –USA (TLC), me acompaña siempre. Ahí estaba con sus pancartas siempre particulares, mientras que personas de la "alta alcurnia y petulancia racista patriarcal  costarricense moncheña" le gritaban: "Vaya a cocinar, vieja vaga". Ella nunca les bajó los ojos, seguía sosteniendo orgullosa sus pancartas y convenciendo a quien se le pusiera en frente que ese TLC era inmoral, injusto, inhumano y una afrenta a la dignidad humana y a la soberanía de Costa Rica.

Fue regidora/concejal municipal de San Ramón (2006-2010), mientras lo fue sus compañeras de bancada traicionaron los principios del Partido Acción Ciudadana (PAC) y fue dejada por la estructura partidaria roji-amarilla, sin el acompañamiento partidario, convirtiéndose en una voz solitaria. Por supuesto no la lograron silenciar. Fuerte, lúcida y valiente alzó su voz en contra de la corrupción, el clientelismo político y el mal manejo de los fondos municipales, luchó por que las comunidades fueran respetadas y escuchadas, para que las mujeres fueran tomadas en cuenta y sobre todo, por hacer decente la política.

La he visto salir a la calle con la tapa de su perol, sea a festejar los goles de la selección de fútbol, a denunciar la corrupción o a exigir sus derechos como mujer. Ahí está, a sus setenta y cinco años, enfrentándose al poder, siempre con esperanza y llena de valor.
Sin titubear, se ha enfrentado a quienes se arrogan el poder, ha enfrentado desde curas, pasando por diputados, el alcalde, académicos, empresarios,  jueces, choferes de autobús, acosadores, agresores, funcionarios de todo tipo y rango, sobre todo a los del Patronato Nacional de la Infancia quienes violentan los derechos humanos de tantas olgas. En fin a cualquier machirulo, señoro, de esos que violentan, sobran y cansan. También lo hace con mujeres que reproducen conductas rancias y tontas.

Solidaria con las personas que tienen hambre, inmigrantes, mujeres violentadas, seres humanos que están sin trabajo, personas que son explotadas y excluidas de este sistema. Ella que no tiene reparo en compartir su pan, su vestido y las energías. Nunca lo ha hecho por “caridad cristiana” sino por solidaridad y coherencia.

Vaya sabiduría conjugada con inteligente transgresión. Vaya forma de argumentar y expresarse. Cariñosa a su manera, con un carácter que ya yo me deseara. Con su forma particular de lucir, con sus collares coloridos, blusas bordadas y sus ponchos para taparse del frío. Orgullosa de su mezcla indígena, francesa, corsa y "chacona".  Una mujer que no ha olvidado nunca de donde viene ni  hacia donde hay que caminar.

Hoy 8 de marzo día internacional de la mujer le agradezco y muestro mi admiración a Olga Marta Mena Vincenti. Gracias por el ejemplo, la fuerza y lucidez. Gracias por el amor y la ternura desde la solidaridad y sororidad. Gracias por compartirme la mitad de  los genes que poseo.

No hay que buscar en los anales de la historia, en la academia feminista o en el ámbito público a las llamadas grandes mujeres. En la cotidianidad y cercanía nos acompañan mujeres más que enormes, que nos enseñan de valor, transgresiones y rupturas. Mujeres que desde los ejemplos sencillos y necesarios nos dan fuerza y entereza para sumar nuestras energías para construir un mundo mejor, un mundo feminista.

Se que hoy también gritará y saldrá a la calle con la tapa de su perol: ¡Basta de patriarcado, capitalista, racista y colonial!

Mucha fuerza, aguerrida, hermosa e insumisa mujer.

Fotografía realiazada por Mario Rojas, en la toma de la autopista en la protesta contra la privatización-conseción carreta San José-San Ramón. (Costa Rica, 2013)

Ana Marcela Montanaro Mena.