viernes, 12 de junio de 2020

De dalias y flores: Jorijn Bergwerff





Jorijn Elisabeth Bergwerff van´t Wout
De improviso y en silencio, un día 12 de junio de hace dos años, al despuntar el día, falleció la mujer más dulce que he conocido. Una persona maravillosa que sin preguntar ni juzgar y con amor me abrió las puertas de su corazón.
La tarde lluviosa de un mes de octubre en que nos encontramos, me impresionó su belleza. Una mujer hermosa, por dentro y por fuera, con la misma belleza que la acompañó toda su vida y que a pesar del tiempo, estaba intacta. Alta, de rostro brillante con mejillas sonrosadas y sus ojos pequeñitos y azules que sonreían.
Poseía la belleza que 60 años atrás, estremeció al hombre a quien ella amó y con quien compartió su vida, sus dos hijos y un nieto.
La recuerdo cantando bajito siguiendo alguna canción y escuchando el piano por las tardes, sentada en su sofá, cerca del cual tenía una canasta con instrumentos de costura, mientras miraba hacia su jardín.
Le gustaba cuidar de su amado jardín, un precioso vergel, ella amaba las rosas de muchos colores, las margaritas, las dalias y todas las plantas y flores la amaban también a ella.
La primavera pasada tuve el honor de podar su rosal. Nunca en mi vida sentí tantísima responsabilidad. Las tijeras temblaban en mis manos, solté el miedo y podé su rosal. El rosal floreció. Hoy, lo imagino floreciendo.
Con dulzura y sin ningún reparo, me invitó a compartir su mesa. Tuve el privilegio de probar la sopa de tomate más deliciosa del mundo mundial. Esas comidas de los sábados que compartí junto a personas que quiero y guardo en mi corazón.
Muchas veces, cuando estábamos juntas, en medio de la timidez que yo guardo debajo de este rostro que a veces parece valiente, me quedaba en silencio, sin saber qué hacer. ELLA también era tímida, a lo mejor por eso había un reflejo de ella en mí
ELLA no hablaba mi idioma. Yo tampoco hablaba el suyo, ese idioma con sonidos difíciles y casi impronunciables, que en algún momento empecé a estudiar. Prometo que lo intenté, aunque no hubo tiempo para lograrlo.
En algunas ocasiones me acerqué a visitarla. ELLA me ofrecía té de jazmín con galletitas. Me hacía alguna pregunta que yo con el poco inglés que hablaba trataba de entender y hacía malabares lingüísticos para responder. Ella Me veía y sonreía. Yo la miraba y sonreía. Las dos nos sonreímos juntas.
Recuerdo que yo no podía pronunciar el nombre de la pequeña ciudad donde ella vivía. Luego de muchos intentos lo lograba pronunciar medianamente bien. Yo me sonrojaba mientras ella, me miraba con dulzura, para luego, al unísono, reír las dos.
Me gustaba enviarle fotos de Madrid, de las flores de Costa Rica, de mis padres, de mi hijo. Ella me enviaba fotografías de su jardín. Chateábamos por Messenger. Un día le conté que me gusta patinar en el hielo. “Toda una chica feminista de Holanda”, me contestó. Yo reía detrás de mí pantalla y la imaginaba a ella sonriendo y mirándome con ternura.
La conocí mucho más luego de su partida, porque tuve el privilegio de conversar con el hombre que la amó. La conocí a través de sus palabras y recuerdos. ÉL que la sigue amando a pesar de que no lo diga.
"La extrañas?", me atreví a preguntarle un día;
Sí, sí que la echo en falta. Fue una gran y dulce mujer, me respondió
El silencio atravesó la mesa sobre la que comíamos nuestro salmón de los jueves. Mis lágrimas gordas recorrieron mi cara. No me atreví mirarle a ÉL a los ojos.
Muchas veces, ÉL me volvió a decir todo lo que la echaba e falta Siempre con la misma pausa y el mismo eco que guardan las memorias conjugadas en la ausencia del tiempo que no es tiempo.
ÉL, también me contó del día del concierto en que la conoció, de recuerdos de cuando estaban solteros, de la primera casa donde vivieron, del nacimiento de sus hijos. Me contó de un gato, de un perro. De sus viajes de verano en coche a la Costa italiana, de sus agobiantes migrañas y el largo etcétera de recuerdos que hicieron del amor que ambos compartieron, un camino repleto de complicidad.
ÉL me contaba, ÉL la recordaba y yo fui una privilegiada por escuchar y llegar a conocer tantos recuerdos bonitos. ÉL a quien también quiero con todo mi corazón, a quien hoy quisiera abrazar. ÉL no lo sabe, pero fue y es mi gran amigo, tal vez el único que tuve en las tierras de canales, flores, viento y lluvia. ÉL que es mi otro Pa, que me tuvo paciencia, que me enseñó a querer su cultura, su tierra, su idioma y que todos los jueves me daba lecciones para que yo aprendiera a hacer albóndigas que compartiríamos el sábado.
Ser testiga del amor en esas conversaciones hilvanadas en la memoria, constituyen uno de los mejores regalos que la vida me ha dado.
Nunca terminé de comprender cómo se vive la muerte, la ausencia y la nostalgia en una cultura tan diferente a la mía. Nunca logré hacer referencia a mis sentimientos. No fuera que yo con mis nostalgias, mis llantos fáciles de mujer latina, de seguro que eso nadie lo fuese a entender. Muchas veces me sentí fuera de lugar. Es por eso que hasta hoy pongo palabras y hago, de alguna manera pública, su recuerdo dentro de mi.
Cuando ELLA se fue, muchas veces me senté en su sofá gris y en silencio la recordaba.
Otras veces y en el más a absoluto secreto, montaba en mi bici y me iba al cementerio a recordarla y llevarle alguna flor que me encontraba en el camino. Ahí de pie, frente al lugar en que reposan sus restos, le contaba mis cosas. Supongo que para quienes coincidían conmigo en el cementerio era una escena rara.
ELLA me enseñó que el amor no necesita siempre palabras. Que el amor trasciende idiomas y colores. Que el amor bonito no conoce de razas ni de clases sociales.
Un 11 de junio hace 2 años me escribió a mi chat. “Hoy por la tarde juega Bélgica contra Costa Rica. Buen viaje, Marcela. Nos veremos pronto. Ciao”
Gracias, respondí. Veré el partido. Y Sí, nos veremos muy pronto.
Al despertar la mañana ELLA cumplió su proceso vital. Sin dolor
Recién llegaba yo a Madrid, ese 12 de junio, cuando recibí la noticia. Iba en el metro del aeropuerto a casa cuando una voz me lo dijo llorando al otro lado del teléfono: "Mi madre ha muerto". No recuerdo nada más, excepto que un ángel disfrazado de mujer me consoló y me acompañó a la puerta de mi casa.
Al otro día, regresé. Cogí un vuelo, crucé el cielo para decirle adiós
Unos días después en privacidad y antes de la ceremonia más grande, la despedimos, sus personas cercanas y ahí estaba yo, una recién llegada, que evitaba no llorar, como usualmente suelo llorar, tratando de entender lo que sucedía a mi alrededor, poniendo mi esfuerzo en asumir el duelo en la diferencia cultural.
Tomé su mano, la acaricié y le agradecí su generosidad, su bondad y amor para conmigo, para tantas personas que al igual que yo, la continuamos recordando con mucho cariño.
El amor hacia la vida, su ternura, su dulzura y su jardín que hoy ven unos ojos azules que despiertan a la vida los de una pequeña niña que ella no llegó a conocer.
Su foto, está en la mesa de la entrada de mi casa. Su imagen sosteniendo un ramo de rosas amarillas. Sus ojos azules y pequeños siguen sonriendo. La miro y no puedo más que dar gracias a la vida por conocer a esta linda mujer
Tú luz la llevo conmigo y te recuerdo en las flores y en el cielo azul gracias Jorijn, gracias por tu dulzura y por el amor. Y por las sonrisas que te guardan y siguen siendo parte de ti.
Y Sí, sí estoy segura que algún día, nos volveremos a encontrar.
Con amor, siempre
Madrid, 12 de junio de 2020