jueves, 26 de noviembre de 2020

Maradona, un D10S incoherentemente humano

 


Sí, Maradona fue un genio, un D10S incoherentemente humano. Y yo una feminista incoherente que lo admira y lo llora como se llora a un compa. Con las lágrimas que salen desde el centro del estómago y atraviesan el cuerpo, para llegar al corazón. Sin que yo sepa todo lo que fue, no necesito charlas hoy, tampoco información. Que yo lo sé, y lo sé de sobra, pero incoherente y mujer, loca y humana, lloro.

Ayer partió, un ser humano, común y corriente que fue capaz de hacer levantar a las multitudes. Un tipo pecador, amoroso, violento, dramático y comprometido. Un hombre coherente en su incoherencia que dijo no a la guerra, no a Bush, y amó la vida de los asesinados en la Guerra de Las Malvinas. Fue amigo de los que se rebelan y no bajan la cabeza ante el poder.

Un ser humano que se enfrentó a sus demonios, un machuno, también.

Un pibe pobre, bajito y moreno que tuvo dos sueños: el primero jugar un mundial de fútbol y el segundo, ganarlo. El pibe, el Cebollita de Villa Florito, el barrio miserable en el que nació. Él es genio y rojo. El Pelusa pobre que fue voz de quienes no tenían voz y fue capaz de hacer levantar, gritar y soñar a multitudes. El ser humano que solo quiso vivir.

No se le perdonó su origen, su irreverencia ni su magia.

Maradona, es el Mundial México 86, es mi madre gritando un gol y luego gritando más fuerte otro gol. Soy yo, siendo casi una niña corriendo y saltando por el pasillo. Inglaterra arrodillada en la cancha. Y en una tremenda emoción, una de las más inmensas, comprender la relación del poder, política y fútbol. Es mi padre, pausado siempre, explicándome los fetichismos y chauvinismos en el fútbol.

Maradona, son los recortes de periódico pegados con celo en mi estante repleto de libros y cuadernos de adolescente, pedacitos de papel que me acompañaron mucho tiempo y que se pusieron amarillos para luego caerse de viejos.

Soy yo la niña, soy yo luego adolescente. Maradona es mi temprana maternidad. Es mi ingreso a la universidad. Es mi casa y los partidos en el portal en un suelo rojo y lleno de limitaciones, es mi hijo que apenas caminaba corriendo tras un balón. Es una tele vieja y pequeña para ver el mundial del 94.

Es la camiseta de Alexis con un autógrafo. Es una revista con fotos del mundial del 90 que le regaló Mario a Arturo, es Douglas, es Xo. Es escuchar a Harmon cantar “ole, olé, Diego”. Es tener la paciencia de Carlos defendiéndole en medio de discusiones moralistas.

Maradona, es un uniforme diminuto con un 10 estampado en la camiseta y un niño, mi niño, hoy ya convertido en adulto, siendo feliz de usarlo. Son los posters del Pelusa, La Bruja Verón, Batistuta, de la Albiceleste, en el cuarto de Arturo. Son las películas en VHS.

Maradona es una foto con la que bailé toda una noche de fiesta y desmesura.

Maradona es la mano de Kenito sosteniendo mis manos. Somos los dos abrazando nuestros miedos.

Decir Pelusa, es decir amigos, resistencias, sueños de revoluciones. Es decir amor. Es la alegría en los pies, la magia en la cancha, la mano de Dios y la tristeza de una meada.

Decir Diego, es decir parte de pedazos de muchas vidas.

Maradona, son mis compas. Sí, los mismos con quien iba al estadio, con quien compartía los partidos de fútbol por la tele, con quienes fui a marchas universitarias.

Mis compas igualmente machunos, que se esfuerzan por romper con este sistema.

Mis compas de la vida, con esos con quienes charlé y charlo sobre feminismos anticapitalistas, antirracistas y descoloniales. Sí, ellos son incongruentes y amorosos. Sí, yo feminista, incongruente y cabreada con este sistema y con ellos, también. Y sí, también me enfadé con Diego muchas veces.

Ellos mis compas. Maradona, también fue mi compa. Sí y yo quiero llorarle, y lo he llorado desde ayer por la tarde.

Como he llorado y perdonado a mi abuelito, un hombre agresivo y alcohólico. Con el amor que recuerdo a mi otro abuelito el Corso, quien cruzó el mar para casarse con mi abuelita, una niña de 14 años.

Como perdono y amo a mis amigos, compas de política, a mi hijo, a mi padre y sus machismos cotidianos ... y sus esfuerzos por superarlo. Como me perdono yo. Tal cual. Amor romántico poco, amor humano todo.

¡Ay! los aires de liquidez moralista. ¡Ay! el orgasmo del gol. ¡Ay! la tristeza y la furia.

Maradona un D10S, así con números, en la imperfección y en la humanidad. Un niño pobre moreno, de color más bien marrón, en la Argentina blanca y rica. Todos en la calle sois uno más, así en plural, porque todos sois machistas... a pesar de los esfuerzos por cambiar, que al final es lo grandioso. Mas allá es todo un sistema en que nos movemos y al que nos enfrentamos.

La lucha es apenas por acercarse a ser congruentes con nuestra propia humanidad y yo, una feminista incongruente derramando lágrimas de congruencia y llorando la efímera mera y eterna existencia de un D10S.

Ana Marcela Montanaro.

Madrid, 26 de noviembre de otoño y tristeza 2020

Alexis, gracias por la complicidad, siempre

lunes, 12 de octubre de 2020

El exilio de mis pasos, soy la extranjera


El 11 de octubre de 2014, me convertí en extranjera. Llegué a Madrid, con dos maletas, una mochila, un par de libros, cuatro bolsas de café y un ordenador. La excusa fue venir a sacarme un máster.
Seis años después, cuido muchas plantas, en mi salón hay flores, en mi cuarto un armario, tengo un ordenador, una biblioteca y una bicicleta. Soy estudiante de doctorado y tengo amigas entrañables. El café ya se acabó.
El 11 de octubre es mi segunda fecha de cumpleaños.
Decidí migrar de Costa Rica, con el objetivo de buscar una vida mejor. Me exilié huyendo de la estrechez mental, de la mediocridad, de la ambigüedad política, del igualitico, del hermanitico y de la falsa pura vida.
Me exilié de la violencia de sus calles y de la violencia que produce el irrespeto y discriminación a quienes somos consideradas “raras”, ¨locas¨ por pensar, hablar y vivir como nos da la gana, además por ser la feminista y "roja".
Porque sus montañas, con miles de ojos, me aprisionaban desde que era yo era una criatura. Me exilié porque fue la opción más clara que tenía para sobrevivir. No me equivoqué
Madrid es uno de esos sitios donde una reverdece. Ella me renació. Me revivió. Mi exilio me regala libertad.
He crecido y me enorgullezco de todo lo que hago, porque todo es a puro pulmón.
Porque aquí no soy la loca, aquí soy una "loca" más, escribí un libro y pronto otro verá la luz editorial, también hago un sinnúmero de cosas interesantes.
Hoy mi cuerpo piensa y siente diferente. Todos mis sentidos aprendieron a sentir.
Aprendí a reconocerme como una mujer no blanca, a ser una centraca. Nací y crecí en la Cintura de Abya Yala. Soy hija del territorio centroamericano, saqueado convulso y violento, pero tierra fuerte y valiente. Tierra Maravillosa en medio de la violencia, la tristeza, Tierra de alegres rebeldías. Nací en Centroamérica, en Costa Rica y cuando hablo de ella el amor se transforma en pasión y se me salta por la mirada.
En estos seis años mis palabras han cambiado. Hablo con otra cadencia. No la de aquí, no la de allá. Mi acento cambia, como cambia la vida misma. Vivo en una gran frontera. Porque los procesos migratorios nos transforman, nos enriquecen a pesar de los desarraigos y las carencias materiales, simbólicas o de cualquier otro tipo.
Cruzar el mar, atravesar todas las fronteras, las materiales, las inventadas y las del corazón significa vivir de otra forma y sentir día a día en mi piel el racismo y el clasismo. El racismo que se inscribe en mi cuerpo por ser la migrante, la sudaca, la centraca, la panchita, la costarricense, la extranjera, por ser la otra y vivir la otredad.
El racismo que es más triste que el desamor.
Pero cada día me siento más orgullosa de ser lo que soy. Orgullosa de ser yo misma.
Me enorgullezco de venir de donde vengo, de mi andar, de mis raíces de india, de negra, de migrantes corso, italiano y francés. Orgullosa de ser una hija del maíz. Soy una mujer de colores, rebelde e insumisa. Orgullosa de mi fuerza.
No todo ha sido fácil, pero todo ha sido, es y sigue siendo maravilloso.
Al exiliarme renuncié a muchas cosas materiales y simbólicas, pero migré para salvarme de la mediocridad, de la violencia, del aburrimiento, de los dedos acusadores y del miedo. En mi huida me salvé,me reencontré, me sigo perdiendo y me encuentro cada día.
A pesar de mis privilegios migratorios, vivir un proceso migratorio no es fácil, pero mi auto exilio es gratificante. Agradezco lo que tengo y hago.
En este camino enrevesado he entrado, he salido, he caído, me he levantado, he amado, me han amado, he coincidido con personas extraordinarias, maravillosas, otras no tanto, pero de todas he aprendido. También he llorado y mucho:
Este exilio me llevó a la tierra de canales, viento, lluvias infinitas y flores. Las tierras planas, donde no existen las montañas. Allá frente al río que marcha en pausa, ahí se guarda y vive en el tiempo, una parte de mi. Mi otra familia, la que llevo muy dentro de mi corazón.

Mis pies siguen andando y seguirán cruzando fronteras.
Mis raíces nómadas seguirán renaciendo fuertes en el lugar en que yo decida sembrarlas. Mis manos, libres. Mi sonrisa sonríe en cualquier idioma.

Gracias porque me has dado todo y me has quitado todo. Te quiero tanto, Madrid. 
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11 de octubre y otoño de 2020 


Ana Marcela Montanaro

jueves, 8 de octubre de 2020

A trece años del referéndum del Tratado del Libre Comercio

El 7 de octubre de 2007 fue el Referéndum  para decidir aprobar o no  el Tratado de Libre Comercio  Costa Rica- Estados Unidos. Mi voto fue NO.  Ganó el Sí y con ello la profundización del modelo neoliberal, la pobreza y la tristeza 



Hoy trece años después, mi corazón sigue  diciendo con fuerza un NO.

Aquel domingo voté con el profundo amor que tengo por la gente que tiene hambre, por la gente que no llega a fin de mes, por las madres que no tienen nada que darle de comer a sus criaturas. Voté con un gran amor por  quienes cultivan la tierra de un agro despedazado, por los pueblos indígenas que son cuerpos territorios violent

ados y asesinados, por  las migrantes explotadas. Dije No, por los suelos destrozados por la expansión del cultivo de la piña manchada de sangre, la piña que en Europa se consume desde el exotismo.  

Sigo diciendo no a la violencia feminicida neoliberal que arrasa vidas, cuerpos y territorios. 

Hoy la realidad salta la cara, una Costa Rica desigual y enfadada.

Hoy en Costa Rica, el país donde nací,  muchas personas  se manifiestan y toman las calles, hoy se manifiestan personas trabajadoras, las que no son emprendedoras de empanadas y demás retóricas  neoliberales, hoy no están los universitarios educados, hoy están en las calles personas sucias, sudadas, empobrecidas. Personas excluidas del relato de la democracia de la Costa Rica imaginaria. 

Personas que comen un gallo de salchichón y bailan en medio de la violencia. La gente de la alegre rebeldía .

Mientras tanto, la intelectualidad criolla y urbana que se dice progre, feministas de la prosperidad y políticos hipster, con arrogancia y pedantería, miran con desprecio a quienes ponen el cuerpo, cosa que los sabiondos nunca han hecho.

Desde sus ordenadores  toman  vino y cerveza artesana, atragantados de arrogancia mientras escriben sus posts y comentarios con palabras de desprecio hacia los seres humanos que hoy en las calles, reclaman su derecho a ser y a vivir dignamente 

Mi corazón y amor, también sigue allá con la gente que hoy reclama con valentía su derecho en la historia.

Desde aquí y donde quiera que esté, seguiré aportando mi fuerza para que las vidas merezcan ser vividas y seguiré diciendo No a la injusticia.

jueves, 27 de agosto de 2020

Muchas historias y nuestra Universidad de Costa Rica cumple 80 años

 

Mi universidad cumple 80 años, nuestra Universidad de Costa Rica se hace mayor

Me siento más que orgullosa de haber estudiado en la Universidad de Costa Rica, orgullosa de mi formación académica humanísta, estudié en la mejor universidad del país. Soy parte, soy hija de la educación superior pública costarricense.

La Universidad de Costa Rica, atraviesa mi historia vital, todos mis recuerdos y presentes. Fue aquí donde me formé académicamente, aprendí el valor del estudio y de la investigación; aprendí a ser disciplinada, constante y comprometida con mis proyectos.

Estudié derecho, pero aprendí muchas cosas más, personales, colectivas y temas que no se aprenden en las aulas. Fue en la calles, donde me formé como feminista. 

Mi formación academica me ha permitido seguir haciendo lo que más amo y apasiona, demás a hacerlo bien.

En la universidad pública, mi conciencia social se hizo más clara y contundente. Mi paso por la Universidad de Costa Rica, me formó politicamente; me hizo consciente de que nada valen los títulos académicos sino existe un compromiso con la sociedad, con las personas más vulnerabilizadas y excluidas; que el conocimiento académico no vale de mucho sino se pone al servicio de las demás personas. Esto he tratado de seguir haciendo.

Fue en la unviersidad pública en donde aprendí, desaprendí y volví a aprender.

Sí, soy roja y sí soy todavía soy de izquierda, soy feminista y seguiré teniendo un corazón, pensamiento propio y una lengua libre. Sigo comprometida con el estudio disciplinado y sigo aportando mi energía a las luchas, un granito de arena para tratar de hacer y construir mundos más amorosos, justos, feministas, antirracistas y creativos. 

Estudié en una sede regional, la Sede de Occidente, en la zona rural, Ahí, fui parte del movimiento estudiantil y estuve en polítca universitaria.

Fue en la soda (cafetería) de Ñeco y en la soda de Rogelio en donde he comido las mejores empanadas del mundo mundial, tomado el más sabroso refresco de frutas y el mejor café barato. Frente a vasos de café, cervezas y vino barato con muchos cigarros de por medio, tuve conversaciones y discusiones más que interesantes.

En la Sede de Occidente, mis compas compartimos la alegría mestisa el día que mi padre resultó electo como Director de la Sede de Occidente y unos años depués resultó electo como miembro del Consejo universitario de la Universidad.

En los pasillos de mi amada Sede de Occidente de la UCR conocí el amor, el profesor de filosofía más bueno del mundo mundial, nos enamoramos, nos casamos, nos desenamoramios, nos divorciamos, en ese camino nació nuestro hijo, Jorge Arturo. Luego, me volví a enamorar de un corazón bonito que sigue discutiendo, sin ponerse de acuerdo.

El primer año de carrera, recorrí los pasillos y salones de clase embarazada. Nueve meses después, ese campus me vio con una criatura en brazos y pegado a mis tetas. Esa criatura, muy bien alimentada creció, es la misma persona que sale en la imagen que da origen a este texto. Esa foto nos la hicimos hace como 10 años, en una manifestación por la defensa de la educación superior pública, Jorge Arturo estaba en su primer año de carrera y yo era profesora de derecho en la unviersidad.

Pasa el tiempo pero las luchas no acaban.

Recuerdo con cariño a los docentes, bibliotecarias, conserjes, personas secretarias, choferes, personal de seguridad a todas ellas, mi respeto.  Gracias a quienes han hecho de mi camino personal, académico y politico una ruta que vale la pena seguir andando.

Porque la Universidad de Costa Rica no es un cascarón, por el contrario, es una gran institución conformada por personas y vidas. Nosotras y nuestras pequeñas historias, también somos parte de los 80 años que hoy cumple nuestra universidad.

Y sí, seguimos y seguiremos defendiendo el derecho a la educación superior pública, para que cada vez más sean más voces, acentos y colores quienes también puedan sumar y engrandecer la historia.

#SoyUCR

Ana Marcela Montanaro

Berlín, 26  fin del verano y septiembre de 2020


Foto: La hizo mi amigo hermano, Alexis Rodríguez. 

viernes, 12 de junio de 2020

De dalias y flores: Jorijn Bergwerff





Jorijn Elisabeth Bergwerff van´t Wout
De improviso y en silencio, un día 12 de junio de hace dos años, al despuntar el día, falleció la mujer más dulce que he conocido. Una persona maravillosa que sin preguntar ni juzgar y con amor me abrió las puertas de su corazón.
La tarde lluviosa de un mes de octubre en que nos encontramos, me impresionó su belleza. Una mujer hermosa, por dentro y por fuera, con la misma belleza que la acompañó toda su vida y que a pesar del tiempo, estaba intacta. Alta, de rostro brillante con mejillas sonrosadas y sus ojos pequeñitos y azules que sonreían.
Poseía la belleza que 60 años atrás, estremeció al hombre a quien ella amó y con quien compartió su vida, sus dos hijos y un nieto.
La recuerdo cantando bajito siguiendo alguna canción y escuchando el piano por las tardes, sentada en su sofá, cerca del cual tenía una canasta con instrumentos de costura, mientras miraba hacia su jardín.
Le gustaba cuidar de su amado jardín, un precioso vergel, ella amaba las rosas de muchos colores, las margaritas, las dalias y todas las plantas y flores la amaban también a ella.
La primavera pasada tuve el honor de podar su rosal. Nunca en mi vida sentí tantísima responsabilidad. Las tijeras temblaban en mis manos, solté el miedo y podé su rosal. El rosal floreció. Hoy, lo imagino floreciendo.
Con dulzura y sin ningún reparo, me invitó a compartir su mesa. Tuve el privilegio de probar la sopa de tomate más deliciosa del mundo mundial. Esas comidas de los sábados que compartí junto a personas que quiero y guardo en mi corazón.
Muchas veces, cuando estábamos juntas, en medio de la timidez que yo guardo debajo de este rostro que a veces parece valiente, me quedaba en silencio, sin saber qué hacer. ELLA también era tímida, a lo mejor por eso había un reflejo de ella en mí
ELLA no hablaba mi idioma. Yo tampoco hablaba el suyo, ese idioma con sonidos difíciles y casi impronunciables, que en algún momento empecé a estudiar. Prometo que lo intenté, aunque no hubo tiempo para lograrlo.
En algunas ocasiones me acerqué a visitarla. ELLA me ofrecía té de jazmín con galletitas. Me hacía alguna pregunta que yo con el poco inglés que hablaba trataba de entender y hacía malabares lingüísticos para responder. Ella Me veía y sonreía. Yo la miraba y sonreía. Las dos nos sonreímos juntas.
Recuerdo que yo no podía pronunciar el nombre de la pequeña ciudad donde ella vivía. Luego de muchos intentos lo lograba pronunciar medianamente bien. Yo me sonrojaba mientras ella, me miraba con dulzura, para luego, al unísono, reír las dos.
Me gustaba enviarle fotos de Madrid, de las flores de Costa Rica, de mis padres, de mi hijo. Ella me enviaba fotografías de su jardín. Chateábamos por Messenger. Un día le conté que me gusta patinar en el hielo. “Toda una chica feminista de Holanda”, me contestó. Yo reía detrás de mí pantalla y la imaginaba a ella sonriendo y mirándome con ternura.
La conocí mucho más luego de su partida, porque tuve el privilegio de conversar con el hombre que la amó. La conocí a través de sus palabras y recuerdos. ÉL que la sigue amando a pesar de que no lo diga.
"La extrañas?", me atreví a preguntarle un día;
Sí, sí que la echo en falta. Fue una gran y dulce mujer, me respondió
El silencio atravesó la mesa sobre la que comíamos nuestro salmón de los jueves. Mis lágrimas gordas recorrieron mi cara. No me atreví mirarle a ÉL a los ojos.
Muchas veces, ÉL me volvió a decir todo lo que la echaba e falta Siempre con la misma pausa y el mismo eco que guardan las memorias conjugadas en la ausencia del tiempo que no es tiempo.
ÉL, también me contó del día del concierto en que la conoció, de recuerdos de cuando estaban solteros, de la primera casa donde vivieron, del nacimiento de sus hijos. Me contó de un gato, de un perro. De sus viajes de verano en coche a la Costa italiana, de sus agobiantes migrañas y el largo etcétera de recuerdos que hicieron del amor que ambos compartieron, un camino repleto de complicidad.
ÉL me contaba, ÉL la recordaba y yo fui una privilegiada por escuchar y llegar a conocer tantos recuerdos bonitos. ÉL a quien también quiero con todo mi corazón, a quien hoy quisiera abrazar. ÉL no lo sabe, pero fue y es mi gran amigo, tal vez el único que tuve en las tierras de canales, flores, viento y lluvia. ÉL que es mi otro Pa, que me tuvo paciencia, que me enseñó a querer su cultura, su tierra, su idioma y que todos los jueves me daba lecciones para que yo aprendiera a hacer albóndigas que compartiríamos el sábado.
Ser testiga del amor en esas conversaciones hilvanadas en la memoria, constituyen uno de los mejores regalos que la vida me ha dado.
Nunca terminé de comprender cómo se vive la muerte, la ausencia y la nostalgia en una cultura tan diferente a la mía. Nunca logré hacer referencia a mis sentimientos. No fuera que yo con mis nostalgias, mis llantos fáciles de mujer latina, de seguro que eso nadie lo fuese a entender. Muchas veces me sentí fuera de lugar. Es por eso que hasta hoy pongo palabras y hago, de alguna manera pública, su recuerdo dentro de mi.
Cuando ELLA se fue, muchas veces me senté en su sofá gris y en silencio la recordaba.
Otras veces y en el más a absoluto secreto, montaba en mi bici y me iba al cementerio a recordarla y llevarle alguna flor que me encontraba en el camino. Ahí de pie, frente al lugar en que reposan sus restos, le contaba mis cosas. Supongo que para quienes coincidían conmigo en el cementerio era una escena rara.
ELLA me enseñó que el amor no necesita siempre palabras. Que el amor trasciende idiomas y colores. Que el amor bonito no conoce de razas ni de clases sociales.
Un 11 de junio hace 2 años me escribió a mi chat. “Hoy por la tarde juega Bélgica contra Costa Rica. Buen viaje, Marcela. Nos veremos pronto. Ciao”
Gracias, respondí. Veré el partido. Y Sí, nos veremos muy pronto.
Al despertar la mañana ELLA cumplió su proceso vital. Sin dolor
Recién llegaba yo a Madrid, ese 12 de junio, cuando recibí la noticia. Iba en el metro del aeropuerto a casa cuando una voz me lo dijo llorando al otro lado del teléfono: "Mi madre ha muerto". No recuerdo nada más, excepto que un ángel disfrazado de mujer me consoló y me acompañó a la puerta de mi casa.
Al otro día, regresé. Cogí un vuelo, crucé el cielo para decirle adiós
Unos días después en privacidad y antes de la ceremonia más grande, la despedimos, sus personas cercanas y ahí estaba yo, una recién llegada, que evitaba no llorar, como usualmente suelo llorar, tratando de entender lo que sucedía a mi alrededor, poniendo mi esfuerzo en asumir el duelo en la diferencia cultural.
Tomé su mano, la acaricié y le agradecí su generosidad, su bondad y amor para conmigo, para tantas personas que al igual que yo, la continuamos recordando con mucho cariño.
El amor hacia la vida, su ternura, su dulzura y su jardín que hoy ven unos ojos azules que despiertan a la vida los de una pequeña niña que ella no llegó a conocer.
Su foto, está en la mesa de la entrada de mi casa. Su imagen sosteniendo un ramo de rosas amarillas. Sus ojos azules y pequeños siguen sonriendo. La miro y no puedo más que dar gracias a la vida por conocer a esta linda mujer
Tú luz la llevo conmigo y te recuerdo en las flores y en el cielo azul gracias Jorijn, gracias por tu dulzura y por el amor. Y por las sonrisas que te guardan y siguen siendo parte de ti.
Y Sí, sí estoy segura que algún día, nos volveremos a encontrar.
Con amor, siempre
Madrid, 12 de junio de 2020