lunes, 12 de octubre de 2020

El exilio de mis pasos, soy la extranjera


El 11 de octubre de 2014, me convertí en extranjera. Llegué a Madrid, con dos maletas, una mochila, un par de libros, cuatro bolsas de café y un ordenador. La excusa fue venir a sacarme un máster.
Seis años después, cuido muchas plantas, en mi salón hay flores, en mi cuarto un armario, tengo un ordenador, una biblioteca y una bicicleta. Soy estudiante de doctorado y tengo amigas entrañables. El café ya se acabó.
El 11 de octubre es mi segunda fecha de cumpleaños.
Decidí migrar de Costa Rica, con el objetivo de buscar una vida mejor. Me exilié huyendo de la estrechez mental, de la mediocridad, de la ambigüedad política, del igualitico, del hermanitico y de la falsa pura vida.
Me exilié de la violencia de sus calles y de la violencia que produce el irrespeto y discriminación a quienes somos consideradas “raras”, ¨locas¨ por pensar, hablar y vivir como nos da la gana, además por ser la feminista y "roja".
Porque sus montañas, con miles de ojos, me aprisionaban desde que era yo era una criatura. Me exilié porque fue la opción más clara que tenía para sobrevivir. No me equivoqué
Madrid es uno de esos sitios donde una reverdece. Ella me renació. Me revivió. Mi exilio me regala libertad.
He crecido y me enorgullezco de todo lo que hago, porque todo es a puro pulmón.
Porque aquí no soy la loca, aquí soy una "loca" más, escribí un libro y pronto otro verá la luz editorial, también hago un sinnúmero de cosas interesantes.
Hoy mi cuerpo piensa y siente diferente. Todos mis sentidos aprendieron a sentir.
Aprendí a reconocerme como una mujer no blanca, a ser una centraca. Nací y crecí en la Cintura de Abya Yala. Soy hija del territorio centroamericano, saqueado convulso y violento, pero tierra fuerte y valiente. Tierra Maravillosa en medio de la violencia, la tristeza, Tierra de alegres rebeldías. Nací en Centroamérica, en Costa Rica y cuando hablo de ella el amor se transforma en pasión y se me salta por la mirada.
En estos seis años mis palabras han cambiado. Hablo con otra cadencia. No la de aquí, no la de allá. Mi acento cambia, como cambia la vida misma. Vivo en una gran frontera. Porque los procesos migratorios nos transforman, nos enriquecen a pesar de los desarraigos y las carencias materiales, simbólicas o de cualquier otro tipo.
Cruzar el mar, atravesar todas las fronteras, las materiales, las inventadas y las del corazón significa vivir de otra forma y sentir día a día en mi piel el racismo y el clasismo. El racismo que se inscribe en mi cuerpo por ser la migrante, la sudaca, la centraca, la panchita, la costarricense, la extranjera, por ser la otra y vivir la otredad.
El racismo que es más triste que el desamor.
Pero cada día me siento más orgullosa de ser lo que soy. Orgullosa de ser yo misma.
Me enorgullezco de venir de donde vengo, de mi andar, de mis raíces de india, de negra, de migrantes corso, italiano y francés. Orgullosa de ser una hija del maíz. Soy una mujer de colores, rebelde e insumisa. Orgullosa de mi fuerza.
No todo ha sido fácil, pero todo ha sido, es y sigue siendo maravilloso.
Al exiliarme renuncié a muchas cosas materiales y simbólicas, pero migré para salvarme de la mediocridad, de la violencia, del aburrimiento, de los dedos acusadores y del miedo. En mi huida me salvé,me reencontré, me sigo perdiendo y me encuentro cada día.
A pesar de mis privilegios migratorios, vivir un proceso migratorio no es fácil, pero mi auto exilio es gratificante. Agradezco lo que tengo y hago.
En este camino enrevesado he entrado, he salido, he caído, me he levantado, he amado, me han amado, he coincidido con personas extraordinarias, maravillosas, otras no tanto, pero de todas he aprendido. También he llorado y mucho:
Este exilio me llevó a la tierra de canales, viento, lluvias infinitas y flores. Las tierras planas, donde no existen las montañas. Allá frente al río que marcha en pausa, ahí se guarda y vive en el tiempo, una parte de mi. Mi otra familia, la que llevo muy dentro de mi corazón.

Mis pies siguen andando y seguirán cruzando fronteras.
Mis raíces nómadas seguirán renaciendo fuertes en el lugar en que yo decida sembrarlas. Mis manos, libres. Mi sonrisa sonríe en cualquier idioma.

Gracias porque me has dado todo y me has quitado todo. Te quiero tanto, Madrid. 
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11 de octubre y otoño de 2020 


Ana Marcela Montanaro

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